Bruno Peron Loureiro
Comienzo el texto de esta semana reiterando la dificultad de opinar sobre contextos de los cuales nos informamos a distancia a través de los medios de comunicación. La experiencia “in loco” contradeciría muchas bobadas que leemos en los periódicos u oímos de parte de los convictos periodistas de la televisión.
De esta forma, la experiencia directa corroboraría hechos y opiniones o desmistificaría lo que dicen sobre Bolivia, Colombia, Cuba, Estados Unidos, Francia, Portugal o Venezuela, nos pinten sus imágenes positiva o negativamente.
De dos interpretaciones cotidianas que calientan los debates en los medios de comunicación, una: 1.-Cuba seria un país con restricciones de libertades y un presidente dictatorial como algunos sugieren; o dos: 2.- Fidel y su hermano Raúl sufren solamente de la aversión de grupos contrarios a la idea de “revolución” y de compartir bienes en la sociedad.
Tendríamos dos interpretaciones contrarias sobre un único país. Aunque ambas presenten argumentos convincentes, la gestión política exige encaminar una propuesta alineada o no a los intereses de otros países. El embargo estadounidense desde 1962 y la flexibilización de la Isla al intercambio internacional (que no quiere decir necesariamente ceder ante el capitalismo) reflejan respectivamente la resistencia de los EE.UU. a la tentativa cubana de obtener reconocimiento.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nóbel de Literatura en 2010 enfocó sus críticas en los gobiernos de Argentina, Bolivia y Venezuela, al mismo tiempo que tejió elogios a los avances democráticos en Brasil, Chile y Colombia. Llamó a Argentina un país indescifrable y manifestó disconformidad con las actitudes concentradoras de poder de Hugo Chávez.
La democracia se ha convertido en una medida básica de la evolución política en América Latina, independientemente de si el pueblo elige bien o no a sus representantes. Sus defensores argumentan que este concepto los transforma en ciudadanos más fiscalizadores y participativos, a despecho del retroceso por el que pasó Honduras con la destitución de Manuel Zelaya.
Es por eso que Brasil recibe elogios de comitivas internacionales, agentes de comercio, jefes de estado y organismos internacionales y constituye un escenario de inversiones de elevadas cifras. Es un país tercermundista metido a “emergente”.
El Brasil es el aprendiz número uno del mercado, que nos trata a todos como clientes, de la “democracia” que lleva a parte de la sociedad a elegir entes que no saben leer o escribir, sólo porque son divertidos o son famosos, y del irrespeto al ciudadano por la decadencia del interés público.
El fenómeno más vejatorio de la interacción entre Estado y mercado en el Brasil consiste en que el primero sangra hasta donde puede al contribuyente brasilero en la medida que el segundo se obstina en convencernos de pagar a la iniciativa privada por todo aquello que el Estado tiene el deber y el dinero –pero no ha sido capaz– de proveer en servicios de buena calidad, como educación, salud y seguridad.
La democracia representativa tiene el grave problema de contemplar a toda la población del Brasil, pero reivindicarla solamente en los procesos electorales. Es solo una minoría quien exige a los representantes electos cumplir sus promesas de campaña.
Los restantes culpan de sus propias desgracias a los “representantes” políticos quienes son incapaces de mantener las ciudades limpias o de respetar al prójimo en sus derechos. Un sistema de democracia directa o participativa sería mejor, porque exigiría más de nosotros.
A su vez, el interés público en Brasil es prácticamente inexistente, y su defensa corre solamente por cuenta de unos pocos ciudadanos bien intencionados que piensan más en el colectivo que en sí mismos. Ya oímos la declaración de un secretario municipal diciendo que “lo público no es de nadie”.
Hay que acabar con la cultura que predomina en las licitaciones de compras en Prefecturas municipales por la cual las empresas vencedoras ofrecen productos de mala calidad, baja durabilidad y a precios muy por encima del valor del mercado, porque así fue pactado entre los participantes de la puja. Deben entender que lo público es de todos, un bien para ser apreciado y celado.
Asfaltos comprados a proveedores no idóneos, por ejemplo, han provocado perjuicios a los conductores de vehículos y a las propias administraciones públicas que reactivan las políticas de relleno de huecos en las vías, bien a la moda brasileña.
Finalmente dejo expresa mi insatisfacción con el tratamiento dado por las empresas a los ciudadanos con el fin de divulgar sus productos, con la excepción de aquellas que realmente tienen una responsabilidad social.
Los panfleteros (repartidores de volantes) para mencionar un caso, se consideran con el derecho de acumular información publicitaria en los carros estacionados, en los semáforos, o en los garajes de las casas aunque la mayoría de las personas desapruebe la desregulación absoluta de este tipo de publicidad. En algunas ciudades ya se abolieron los grandes carteles (vallas) a través de políticas de “ciudad limpia”.
En estos aspectos, Brasil es un gigante comercial y un gran atractivo para las inversiones, pero es un enano en respeto al ciudadano y al interés público.
Finalizo recordando que todavía no he ido a Cuba, pero escribo sobre Brasil a partir de mi experiencia directa y sin haber aceptado nunca un centavo por estas líneas.
http://brunoperon.com.br Traducción: Miguel Guaglianone
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